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Getsemaní / Barrio
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Aunque oficialmente fue llamado “Arrabal” en otras épocas, por haberse levantado en “la otra banda”, en las afueras del recinto primitivo de la ciudad, desde los primeros tiempos de su formación social fue bautizado popularmente como Gimaní.

Su formación es el resultado de la primera expansión del núcleo urbano primitivo de la ciudad, ocurrida entre las últimas décadas del siglo XVI y las primeras del siglo XVII, cuando el puerto de Cartagena se inserta en el tráfico intercontinental de la Carrera de Indias. Una abrumadora ola de emigrantes de diversas partes del mundo, que vino a probar suerte en esta parte del Caribe, causa un impacto muy fuerte en su población que, de 2.000 habitantes que traía su crecimiento normal, se dispara casi cinco veces más e impone la necesidad de ocupar otros espacios que obligan a rebasar el primer asentamiento fundacional que contenía los barrios originales de Santa Catalina y de San Sebastián.

Antes de iniciarse en firme su ocupación, en Getsemaní se estableció la primera edificación religiosa que sirvió de sede a la comunidad de los franciscanos, razón por la cual también se conoció como San Francisco, entonces comunicada con la ciudad por un pequeño puente que saltaba el Caño de San Anastasio y llegaba a la entrada principal donde después se construiría una rica portada, hoy coronada con la Torre del Reloj. El puente fue la primera obra pública de la ciudad hacia 1540.

Por la dinámica económica de aquel momento, en Getsemaní se estableció un grupo de comerciantes y artesanos que, por no pertenecer a los niveles privilegiados de la ciudad, sentaron allí unas relaciones sociales menos convencionales que las desarrolladas en los primeros barrios y caracterizadas por una estirpe eminentemente popular que marcó su identidad para siempre. Calles, sitios, personajes, olores, colores y sabores fueron convirtiendo a Getsemaní en un rincón solariego donde mejor se respiran las esencias de la cultura popular del Caribe.

Gimaní llegó a ser, pues, un barrio tan original y con una vida tan propia, que era como una pequeña ciudad que, aunque inspirada en la evolución urbana de los primeros barrios, generó sus propios espacios y vecinos de aire popular. Por eso, la Plaza de la Trinidad es la equivalente urbana de la Plaza Mayor del centro y la Iglesia de la Trinidad es la repetición de la Catedral, en una escala menor ajustada a su imaginario popular. Sin embargo, la otra ciudad, que era el centro de poder, muchas veces se negó a aceptar a Getsemaní como parte de si misma y en ocasiones llegó a excluirla de sus planes, ante lo cual tuvo, inclusive, que intervenir la propia Corona.

Uno de los ejemplos más dicientes de la identidad getsemanicense está escrito en cada esquina, con los curiosos nombres de sus calles. Fiel a la ancestral influencia de la fe católica, los nombres originales de todas las calles fueron tomados de las múltiples advocaciones de la Virgen, rotuladas como “Calle de Nuestra Señora”. Aunque la fuerza de la costumbre fue cambiando estos nombres por otros símbolos de la vida cotidiana, en San Diego y, sobre todo, en Getsemaní, toda esa fuerza de la imaginación popular crea unos nombres únicos: la antigua Calle de Nuestra Señora de Loreto es hoy la populosa Calle Larga; la primitiva Calle de Nuestra Señora de los Afligidos, es hoy la Calle del Guerrero. Otras tuvieron desde el principio nombres de origen popular: la Sierpe, la Tuza, Concolón y la singular “Tripita y Media”, son apenas pequeñas muestras de una enorme riqueza cultural.
 

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