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La victoria naval no significaba necesariamente la rendición de la ciudad. No hay mejor prueba que la inscripción del mausoleo de Edward Vernon en la abadía de Westminster: . . . sometió a Chagras, y en Cartagena, conquisto hasta donde la fuerza naval podía obtener la victoria. El piadoso sobrino del almirante, autor del epitafio, se lava las manos ante el descalabro del brigadier general Thomas Wentworth, comandante de las fuerzas terrestres, quien se estrella contra la plaza fuerte.

Esa plaza fuerte la componían fundamentalmente las cortinas y baluartes de Cartagena y como obra avanzada, el castillo de San Felipe de Barajas. Hacia fines del siglo XVIII, consecuente con las teorías en boga sobre la horizontalización de las defensas y con sus propias inclinaciones, Antonio de Arévalo hizo construir algunas baterías sobre las vías de acceso a la ciudad, de las que no quedan vestigios. En dirección de la avenida de la Cruz Grande, instalo las baterías de más en Marbella y de la Quinta de Crespo casi al extremo norte de la pista del aeropuerto. Erigió además el hornabeque de Palo Alto, a medio camino hacia la Boquilla, a orillas de un caño que entonces comunicaba la ciénaga de la Virgen con el mar abierto. También construyo, contiguas al convento de la Popa, tres baterías para dominar ese valle crucial que encaraba San Felipe y que nunca estuvo muy lejos de sus preocupaciones.

Pero lo esencial era la plaza "real", sus baluartes y cortinas, y el cerro de San Lázaro, incomodo padrastro donde se hizo y deshizo la suerte militar de Cartagena. Serla muy largo y repetitivo contar la historia de cada baluarte y cada tramo de cortina. Baste decir que la sola muralla de la Marina fue, parcial o totalmente, desbaratada no menos de media docena de veces por las olas embravecidas y otras tantas veces reconstruida. Existen, sin embargo, algunos baluartes que, por su importancia para la protección del recinto, merecen una biografía.

De la misión de Bautista Antonelli en 1586, provocada por la urgencia de atender a la defensa del imperio, gravemente minado por la actividad corsaria, resulta para Cartagena el diseño de un recinto amurallado, correcto y práctico, que se ajusta disciplinadamente a las circunstancias topográficas. Ese proyecto sirvió casi trazo por trazo, excepción hecha de una hacia el Cabrero, a fin de estrechar el frente de tierra, para planear las construcciones y refuerzos alrededor de Calamarí, asiento de la primitiva Cartagena, hasta 1810.
 

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